La reintegración en la sociedad de niños y niñas ex-soldado en Sur Kivu.
Lo afirman, entre otros, los expertos de Naciones Unidas en su último informe de julio: “El Grupo ha confirmado que entre enero y mayo de 2013, los grupos armados en el este de la República Democrática del Congo han reclutado al menos 200 niños. MONUSCO ha documentado que durante los primeros cuatro meses de 2013, los grupos armados reclutaron 183 niños, incluyendo 36 niñas. "De esos niños, la mayoría fueron reclutados en Kivu del Norte (82), y el resto en Kivu Sur (28), Katanga (38 ), y Provincia Oriental (35)".
En Bukavu las organizaciones locales también lo señalan. “El reclutamiento forzado de niños y niñas es como la violencia sexual: cambia el lugar en el que se produce dependiendo del conflicto, pero sigue ahí. Hace unos años era en territorios de Kivu Sur, ahora es en Kivu Norte. Esos niños tendrían que estar en la escuela”, exclama Venantie Bisimwa, de la Red de Mujeres por el Desarrollo y la Paz (RFDP).
Es algo en lo que coincide con Marc, 20 años, ex menor soldado que trabaja en Aso, una organización que comenzó en 2003 a recuperar niños que habían sido reclutados por la fuerza. Los fundadores de Aso iban hasta los campamentos de los grupos armados irregulares y convencían a los responsables de que dejasen libres a chicos y chicas. “A los chicos era fácil, a las chicas no tanto, ellas eran esposas bajo sus órdenes, pertenecían a esos jefes, que no las dejaban ir” afirma Juvenal, uno de los creadores de Aso.
Una vez recuperados los menores, comenzaba otro trabajo.
“Aso nos ayudaba a encontrar a nuestra familia y a que ésta nos aceptara”, afirma Janvier, 28 años, “no era fácil porque además de la familia, la comunidad nos veía como un problema”. Aso desarrolló una metodología para trabajar los traumas y la reintegración social de estos chicos a través del arte: la música y el teatro. “Cuando salí de allí, lo que más me costó fue dejar de beber y fumar”, dice Agancé, hoy monitor de Aso, “y hablar con la gente, nadie confiaba en mí, yo no confiaba en nadie”.
La compañía de teatro participativo de Aso hace campañas de sensibilización en las comunidades y territorios de Kivu Sur y Kivu Norte, sobre la necesidad de aceptar a los chicos y chicas que vuelven de la guerra, traumatizados por las armas, el alcohol, las drogas, las masacres, las violaciones que han sufrido y/o han sido obligados a cometer.
“Hay un gran problema de acompañamiento de esos procesos. Esos jóvenes no tienen muchas veces la suerte que yo he tenido”, dice Marc. “Peor aún, no se hace prevención. Los niños siguen solos en las calles, en los campos, sin escuela a la que ir, sin nadie que se ocupe de ellos porque sus padres están demasiado ocupados buscando trabajo y comida o, simplemente, no están. Y los que aparecen son los hombres de armas que ofrecen comida, compañía, pertenecar a un grupo que te cuida”. Por eso, Aso comenzó a ocuparse de la prevención y de los niños con dificultades: niños de la calle, de familias extremamente pobres o con problemas de comportamiento. Los recibe en su centro. Allí aprenden a trabajar en grupo, a construir sus propios tambores, a tocarlos, a bailar a su ritmo, a hacer teatro y a sensibilizar.
“Cuando llegué aquí y me di cuenta de que otros como yo habían vivido lo mismo, que no era el único, me sentí acompañado”. Es una frase que han repetido Marc, Agancé y Janvier en entrevistas separadas. Son compañeros en Aso, monitores de los menores, pero no hablan demasiado entre ellos de sus experiencias. Ninguno sabe a qué grupo armado pertenecieron los otros.
Las niñas esclavas o ‘esposas’
En 2006 LolaMora entrevistó a Mireille, tenía 18 años y había pasado dos años en la selva con un grupo armado. “Me dedicaba a cocinar para todos, a llevar fardos cuando nos trasladábamos de campamento y era la esposa de uno de los comandantes. Tengo un hijo de dos años.” Mireille se escapó y, al llegar a su casa con un bebé, su familia la rechazó. Su paso por Aso ayudó a que su abuela la recibiera en su casa a cambio de que trabajara para sacar adelante al núcleo familiar: ella, su abuela y su hijo. En Aso había aprendido a tocar el tambor, a hacer teatro y a hacer pan. Se ganaba la vida vendiendo el pan que hacía y afirmaba que “el teatro y la música le habían salvado la vida”.
En 2013 la encontramos en Norte Kivu, como responsable de Aso que continua el trabajo para sacar a los menores reclutados por los grupos armados. “Esta violencia contra niños y niñas sigue, las niñas siguen siendo tomadas como esposas, que es lo mismo que decir como esclavas sexuales. Hace unos años podrían decir que no sabían que eso era un crimen, pero ahora no tienen excusa. Los jefes de los grupos armados lo saben y tienen que responder por eso ante la justicia, hay que acabar con la impunidad, con esta violencia y este no respetar nada en la mujer, en las niñas”.