La importancia de la tierra en la lucha de las mujeres al norte de Benín

Natitingu es una ciudad al noroeste de Benín. Capital del departamento de Atacora, es una tierra seca de sabana, montañosa, donde el 95% por ciento de la población vive del campo. Las mujeres son principalmente las que trabajan la agricultura -los hombres son cazadores y ganaderos- y, en los últimos años, han desarrollado una gran cantidad de iniciativas agroecológicas que les sirven para aumentar sus ingresos y para unirse en sus luchas por obtener más igualdad y más acceso a la educación para las jóvenes.

“Algunas somos profesoras, pero aquí todo el mundo viene de una familia agricultora, ganadera o cazadora”, afirma Hortense Agbetou, profesora de primaria y fundadora de la cooperativa de mujeres agricultoras de hortalizas en el departamento de Atacora, al norte de Benín. “Nuestra cooperativa no solo tiene por objetivo cultivar, ésa es la actividad que utilizamos para educar y sensibilizar a nuestras jóvenes. Mi mensaje llega mejor a mis alumnas si estamos juntas en algo, como plantando patatas, que si se lo digo desde mi mesa de profesora. Cuando estamos las dos agachadas, con las manos en la tierra, se sienten con más libertad para preguntar, rebatir y conversar que cuando están frente a mi mesa de profesoras, sentadas en sus pupitres de alumnas”.

Las mujeres de Natitingou (pronunciado Natitengú) se unieron hace unos años para poder obtener parcelas en las que cultivar sus hortalizas. Las profesionales transformadoras de arroz y las profesoras obtuvieron una concesión de la central de transformación de arroz de la ciudad y allí comenzaron sus actividades. Las tierras están llenas de tomates, zanahorias, cebollas, “amarantes”, cuyo sabor es muy parecido al de las camarrojas y otros cultivos como el boniato o el ñame.

Estas mujeres, que al principio eran diez, son hoy más de 300 y venden sus productos en el mercado local. “Son productos completamente biológicos porque no usamos ningún fertilizante ni nada químico, cuidamos nuestras plantas como a nuestras hijas. Con lo que ganamos reinvertimos en la tierra, pagamos el arriendo y financiamos cursos y formaciones de diferente tipo: sobre salud e higiene en casa para evitar la malaria y las infecciones, sobre sexualidad, sobre derechos de la mujer…”, dice Tchané Zénabou. “Yo soy transformadora de arroz, no profesora. Hortense vino hace años a pedirme ayuda con la tierra, con las niñas, con las mujeres. Me decía que si hacíamos actividades agrícolas juntas podríamos sobrellevar mejor la escasez de alimentos que vivimos cada año durante la estación seca y que, además, aprovecharíamos para hablar entre nosotras de derechos, de lo que sufrimos en casa, de nuestras hijas. Yo no lo dudé. Tengo 60 años y este trabajo con las mujeres me ha hecho rejuvenecer. Me siento joven, fuerte, útil a las nuevas generaciones. Las chicas vienen a preguntarme, a consultarme cuando tienen problemas; una lástima no haber empezado a hacer esto cuando tenía 30 años”, dice riéndose mientras riega los cultivos de “amarantes”.

Las mujeres de la cooperativa han cobrado fuerza con los años en sus barrios y comunidades y muchas de ellas son mediadoras en conflictos sociales que atañen a matrimonios forzados debidos a embarazos precoces. “Es nuestra cultura y nuestra creencia, todo viene de la tierra, ella es una de nuestras divinidades, ella nos da todo; si la cuidamos y la veneramos nos recompensa. Y nuestra recompensa es estar juntas para ser fuertes frente a las leyes injustas de los hombres. Hemos ganado confianza en nosotras mismas y hablamos con ellos para negociar”, dice Joséphine Koubeti, que trabaja desde la ciudad de Boukombé, también en el mismo departamento.

La lucha por la educación

Cuando las mujeres comenzaron con la cooperativa de agricultoras de hortalizas en el departamento de Atacora, en 2004, uno de los principales objetivos era hacerse cargo de la escolarización de sus hijas. “Aquí la educación no es gratuita y resulta muy cara para las familias que son numerosas, así que los hombres solamente pagan la escolarización de los niños. ¿Para qué pagar la de las niñas si luego esa inversión no se queda en la familia? Cuando se convierte en mujer y se casa, adopta el apellido de su marido y toda la inversión en educación, sus éxitos y trabajos solo benefician a una familia que no es la de su padre, a veces ni siquiera de la misma etnia. Así se piensa aquí y por eso los padres no quieren gastar dinero en sus hijas”, dice Joséphine Koubeti.

En Boukombé, ciudad agrícola de 40.000 habitantes a unos 40 kilómetros de Natitingou, las mujeres de la cooperativa crearon un fondo para pagar matrículas, uniformes, libros, cuadernos y todo el material escolar necesario con el dinero ganado en el mercado, y las niñas empezaron a ir al colegio. “En 2004, aquí en Boukombé, había tres niñas en primaria y ninguna en secundaria”, afirma Joséphine Koubeti, “pero con nuestros ingresos económicos y nuestro trabajo de sensibilización de los hombres, hoy casi el 50% de los alumnos de primaria son chicas y un poco menos en la secundaria. Las madres hemos decidido desafiar las reglas y costumbres centenarias de aquí. Todas aceptamos atarnos a nuestros bebés a la espalda para ir a trabajar al campo en vez de dejarlos en casa con las hijas mayores. Y así, ellas van al colegio”.

Al principio no fue fácil, porque no todos los hombres aceptaron estos cambios en sus casas y las mujeres debatían este problema mientras cultivaban. “Agachadas y con las manos en la tierra discutíamos de esto con nuestras hijas, y encontramos maneras de hacer y de hablar con nuestros maridos, aprendimos a escuchar a nuestras hijas, a dejarlas hablar y a tenerlas en cuenta”, dice Hortense Agbetou. “También nos fueron ayudando las formaciones que recibíamos algunas de nosotras y que luego transmitíamos a nuestras compañeras. Algunas de ellas son hoy consejeras municipales y tienen puestos importantes en los pueblos, lo que nos llena de orgullo y nos ayuda en nuestras campañas”, dice Hortense, “pero los desafíos no han terminado y los principales para nosotras siguen estando en la escuela. Por eso, nuestro 8 de marzo en este 2018 estará dedicado a los embarazos precoces y a los matrimonios forzados que siguen sufriendo las menores que están en edad escolar”.

Sexualidad, matrimonio forzado, pobreza y tradición

“No sé cómo es en su país, pero me puedo imaginar que la educación sexual es abierta, se enseña en las escuelas y se habla de ella sin tabúes. Aquí, desgraciadamente, no es así”, afirma Tchané Zénabou. “Por ello, las niñas han sido escolarizadas, pero esa escolarización acaba muy pronto debido a los embarazos precoces que las obliga a casarse, aunque sean menores”.

En el norte de Benín, los matrimonios forzados son moneda común y pueden ser matrimonios de intercambio entre familias y de pago de deudas. A veces, cuando hay oposición por parte de las mujeres o de una parte de la familia a un matrimonio concertado por los hombres, la familia del pretendiente rapta a la menor, un acto que se salda con el matrimonio para “limpiar” el honor de la familia de la chica.

La cooperativa de mujeres habla desde hace años con las menores de este problema. “Solemos hacerlo durante la recolección de las ‘amarantes’”, dice Hortense Agbetou, “porque es especialmente delicado. Pasamos horas inclinadas unas junto a otras, podemos hablar sin alzar la voz. Decidimos estrategias para evitar los raptos que llevarán a matrimonios forzados y estrategias de presión a las autoridades locales a través de denuncias que pasan por autoridades del departamento y algunas organizaciones de defensa de derechos humanos. Con este dispositivo de denuncia, las chicas pueden evitar el rapto o la violación y ganamos el tiempo necesario para denunciar, hacerlo público y evitar esa violencia. Los mecanismos son múltiples y cada vez hay menos raptos de menores porque los hombres saben que corren el riesgo de quedar en evidencia y ser llevados a juicio”.

Pero no todas las causas de los embarazos precoces o los matrimonios forzados encuentran fáciles estrategias. “Los embarazos debidos a la pobreza están aumentando”, afirma Joséphine Koubeti, “por eso debemos hablar con las niñas urgentemente, porque pese a todas las campañas y a la presión de las organizaciones internacionales, esto no se acaba. La solución debe venir de ellas, ellas mismas se tienen que organizar, como lo hacen con los raptos y matrimonios precoces”.

Las mujeres de la cooperativa propusieron este año a sus hijas un 8 de marzo dedicado a hablar de sexualidad, reproducción y pautas de comportamiento. “Mientras recogíamos ‘amarantes’ dijeron que sí, y ahora nosotras preparamos nuestras charlas para el 8 de marzo. Vamos a traer a unas 500 chicas de más de 10 institutos del departamento a Boukombé y vamos a hablarles claro sobre lo que pasa cuando no se tiene cuidado con las relaciones sexuales y no se toman precauciones. Vamos a contarles cómo funciona nuestro cuerpo, van a organizarse entre ellas para llevar la cuenta de sus reglas y sus ciclos”, dice Hortense Agbetou, una novedad que no siempre gusta a todos en casa. Pero las mujeres desafían a la tradición y a sus defensores, los hombres, en favor de sus hijas. “Porque un embarazo para una menor significa el final para ella. Ya no estudiará, será obligada a casarse o abandonada por el autor y, en los dos casos, será considerada de segunda clase y condenada a no prosperar en la vida. Él, en cambio, seguirá sus estudios, su vida, se casará con otra y nadie le dirá nada”.

En cuanto a los embarazos precoces debidos al hambre, son un nuevo desafío para la cooperativa, que acaba de descubrir por qué afecta a tantas menores en los seis meses que dura en el norte de Benín la estación seca, sin lluvias, en la que los alimentos escasean. “Las niñas están escolarizadas, lo hemos conseguido, pero olvidamos a las que cada día hacen kilómetros para llegar al centro escolar, pasan el día allí sin nada que comer y, a veces, cuando tienen hambre y unas horas libres, se dejan engañar por hombres que les ofrecen un trabajo doméstico de unas horas. Cuando llegan a la casa, el hombre abusa de ellas. Muchas se quedan embarazadas. Al principio no sabíamos cómo pasaba, era todo un misterio. ¿Cómo tantas chicas quedaban embarazadas y no sabían explicarnos lo que había pasado? De nuevo la tierra nos dio la respuesta. Mientras plantábamos ñame, las conversaciones con ellas nos ayudaron a comprender que no habíamos tenido todo en cuenta en nuestra lucha por la escolarización. Tenemos que crear un fondo o una actividad para que esas chicas tengan un ingreso que les permita pagar su comida cuando están estudiando en el instituto”, termina Joséphine Koubeti.

Desde su pequeño huerto en Boukombé, estas mujeres no viven ajenas al movimiento mundial que ha liberado la palabra de las mujeres frente a los abusos, el llamado #MeToo.

Las mujeres del mundo entero podemos decir ‘Me Too’. Una gran mayoría sufrimos en algún momento la presión, el acoso o la violencia de ciertos hombres. La solución tiene de nacer de nosotras, con estrategias adaptadas a nuestras realidades, asociando a los hombres convencidos y convenciendo a los otros. Hay que actuar. Mi padre, que sí me pagó estudios y era de los convencidos, siempre me dijo: ‘mientras tengas manos, pies, ojos y salud, no esperes que nadie te dé nada y sal ahí a ganártelo tú misma. Salgamos”, termina Joséphine Koubeti con una enorme sonrisa.