Nyamurale: oro entre plátanos y mandioca

A Nyamurale se llega desde Lubona, pueblo situado en el territorio de Walungu, en Sur Kivu. Es domingo temprano y los niños juegan en el camino y entre los cultivos de mandioca, bananas y frijoles. Las casas son de ladrillos de adobe y techos sólidos. Al Jefe del grupo territorial, un anciano ciego y casi sordo, le gusta conversar. Cuenta que los militares ya se fueron y que está bien que vengan los blancos y vean que la mina ya no está ocupada por actores armados.

“Ahora tenemos una cooperativa y estamos en regla, pero aún no podemos vender oro oficialmente, el gobierno no ha venido todavía a darnos la certificación. Los jóvenes necesitan trabajar y ganar dinero para formar familia. Digan eso”.
Desde Lubona el camino de tierra roja y húmeda asciende hacia la mina, los pies se hunden en el barro rojo y un par de kilómetros más arriba se abre el túnel principal entre montañas de tierra. Como es domingo solamente hay unos 20 hombres, jóvenes de entre 16 y 25 años que trabajan en la mina. “Somos más de 100 trabajando aquí”, dice Pierre, jefe de excavación. “Cavamos y sacamos cada uno nuestro saco de tierra que luego llevamos abajo a triturar y lavar para separar la tierra del oro. Si hay oro, nos pagan aquí mismo”, afirma en la boca del túnel.
El túnel principal tiene el tamaño de una persona adulta de pie y los techos están reforzados con sólidas maderas durante los primeros cien metros. Luego, las galerías se estrechan y se dividen, hay hasta 13 galerías y por algunas hay que arrastrarse para avanzar.
Nyamurale aparecía en los mapas con un punto rojo desde hace años, lo que indicaba que era una mina con presencia de grupos armados, en este caso los militares del ejército congoleño, FARDC. La extracción y el comercio del oro servían para alimentar el conflicto. “Pero hace tiempo que los militares no controlan ya la mina, el general que la dirigía murió y pasó a manos del Mwami (jefe tradicional) Ngwshe Ndatabaye Weza III”, afirman desde el Servicio Internacional de Información para la Paz, IPIS Bukavu. Nyamurale podría recibir la certificación, el color verde que indica que es una mina libre de conflicto, que responde a criterios éticos básicos y que respeta los derechos humanos. “Así su oro no se venderá, como ahora, en el mercado negro”.
Nyamurale tienen hoy un punto amarillo en los mapas porque presenta, a simple vista, todas las condiciones necesarias para obtener el título de certificación y ser una mina libre de conflicto: no hay grupo armados, los trabajadores están organizados en una cooperativa y no hay mujeres embarazadas ni niños trabajando. Pero la certificación tarda.

Al pie de la colina en la que se encuentran los túneles, junto a riachuelos de agua amarilla, los hombres machacan las piedras que han extraído hasta convertirlas en arena; luego con ayuda de un recogedor de plástico o de palas, la lavan para separarla del oro. Todo es muy artesanal: han ideado un sistema de pequeños canales de agua y utilizan instrumentos rudimentarios. Sus linternas para entrar en los túneles valen dos dólares. El aparato más moderno es una especie de ventilador que introduce aire en las galerías para que respiren.

Entre la bajada de los túneles y el riachuelo de agua hay una caseta de madera donde dos jóvenes pesan el oro encontrado y pagan una parte a cada joven en función de lo que presentan. La otra parte se queda en la cooperativa, que preside la mujer del Mwami.

“Un gramo de oro 40 dólares”, ofrecen los dos jóvenes que afirman que el oro se vende a quien lo quiere comprar, “nuestro oro cumple los requisitos, sacamos nuestro oro de forma limpia”.

Y es que las minas no certificadas siguen trabajando, sus trabajadores siguen extrayendo y vendiendo, eso sí en el mercado negro e incontrolable. “El sistema de certificación de minas que realiza la comunidad internacional junto a las autoridades y la sociedad civil congoleñas va lento y miles de personas viven de los ingresos en el sector minero artesanal”, afirman en IPIS.
“Las condiciones de trabajo en una mina artesanal son tan duras como las de las personas que trabajan en el campo, ni peores ni mejores. Pero las ganancias, si hay, son mayores. Así que la gente va a trabajar a la mina, a buscar suerte”, afirma en Bukavu una investigadora que prefiere guardar el anonimato, “el sistema de certificación empuja a las minas artesanales a la ilegalidad. La última palabra la tiene el ministerio de minas congoleño y hace meses y meses que algunas propuestas de certificación se apilan sobre sus mesas”.

Es el caso de Nyamurale. “Yo prefiero estar aquí aunque digan que esta mina es ilegal, a estar en el campo. Gano más dinero aquí y puedo pagar los estudios a mis hijos”, afirma Pascal al salir del túnel, con un saco de piedras en la cabeza. Su mujer trabaja más abajo limpiando y lavando piedras con él. El oro que haya en ese saco será lo que ganen hoy. “Si no, mañana más”, afirma él con una sonrisa.

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