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Llueve a cántaros; lo señala la gobernadora de la séptima región de Chile, Carolina Cucumides, en la apertura de la Asamblea de mujeres productoras de la Asamblea Nacional de Mujeres Indígenas (ANAMURI): “tendré que irme antes de que el evento acabe porque tengo una reunión del comité de emergencia”. Sin llegar a ser el anunciado ciclón, un constante golpeteo de lluvia en las ventanas acompañará el encuentro.

 

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Crónica de una asamblea por la agroecología y la vida
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Llueve a cántaros; lo señala la gobernadora de la séptima región de Chile, Carolina Cucumides, en la apertura de la Asamblea de mujeres productoras de la Asamblea Nacional de Mujeres Indígenas (ANAMURI): “tendré que irme antes de que el evento acabe porque tengo una reunión del comité de emergencia”. Sin llegar a ser el anunciado ciclón, un constante golpeteo de lluvia en las ventanas acompañará el encuentro.

El cielo está gris blanquecino y en el patio de la escuela de Chepicá se acumula agua en galones. Cerca de 150 productoras agrícolas de todos los rincones de Chile, de Aysen a Atacama, de la Isla de Pascua hasta la Auracania, Chiloé, Coyhaique y el Valle del Huasco, se reúnen para hablar de los temas que afectan su vida y de las respuestas que, desde la agroecología, les están dando.

En este encuentro de mujeres se hablará de la pérdida y recuperación de las semillas indígenas y campesinas; de la elaboración de abonos y cultivos orgánicos; de la apertura de mercados locales; del Tratado Transpacífico de Libre Comercio (TTP) y de la creciente escasez de agua.

Resolutivas, críticas y, a veces, silenciosas, las jornadas son un espacio de encuentro de mujeres campesinas e indígenas rapanui, atacameña, mapuche, diaguita, colla, aymara y quechua; encuentros en la cocina, en el patio y en los dormitorios; en las manos de Hilda Morales que rasgan la guitarra; en el espíritu alburero de Marcela Teao; en la profunda mirada de Aurora Cayo; en los remedios para el dolor de espalda de Lucía Nieto; en la gestión de Pancha; en la alegría violeta de Jacqueline; en la energía de juventud de Lira; y en la voz y la expresión de tantas mujeres fuertes y sabias que convergen por unos días en este pueblo de Chepicá.

Guardianas de semillas ancestrales

“No solamente las semillas están amenazadas sino que muchas de ellas han desaparecido. Nosotras, curadoras ancestrales de semillas hemos seguido en esa tarea tan importante, y no solo somos las que producimos alimento sino que también, desde la alfarería, la crianza de llamos y ovejas y otras muchísimas actividades en el campo, hemos conservado los sabores diversos de la tierra que hoy se están valorizando, porque cuando se pierde una semilla y una variedad se van perdiendo los sabores. La labor de las guardianas y curadoras de semillas es esencial para recuperar la gastronomía ancestral de los pueblos”.

En la inauguración de la Asamblea se anuncia la apertura de un invernadero en Auquinco (Colchagua, región de O´Higgins) para recuperar semillas y árboles frutales, retomando la labor de curadoras y guardianas de semillas ancestrales; recuperación que ha de venir de la mano de las mujeres quienes “al calor de nuestros haceres vamos construyendo la vida, desarrollando cultura y proyectando futuro. Nuestras huertas son un enorme laboratorio lleno de cosas increíbles a recuperar”. Se refiere a choclos, pehuén, porotos, arvejas, quinoa, chañar, ají y papas nativas (que en idioma aymara se denominan Ch'anqhata, Ch'uñu, Ipi, K'ipha o Luxuta); todas rebosan en pocillos de greda, arcilla negra, como ofrendas en la ceremonia mística que guían las mujeres de los pueblos originarios de Chile.chile, mujeres, tierra

Termina la ceremonia de apertura y la asamblea de productoras de ANAMURI comienza un debate sobre prácticas agroecológicas, tradiciones artesanas y amenazas al trabajo en el campo. “Nos secan las napas subterráneas [aguas freáticas] con el monocultivo de eucalipto, nos han privatizado el agua y ahora nos quieren privatizar la semilla con el TTP. Los programas del estado son necesarios, pero han sido nefastos en nuestras tierras, han dividido y fragmentado nuestras organizaciones”, dice Mónica Olmazabal, de la región del BioBio, donde promueve la participación de las mujeres en el ámbito rural. Se trata uno de los pilares fundacionales de ANAMURI: “Los grupos necesitan autonomía para perdurar en el tiempo”.

Enseguida, otras participantes relatan las necesidades y los problemas que viven en sus territorios como, por ejemplo, el conocimiento transmitido a través del lawen (plantas medicinales) y la carencia de un sistema de salud propio; la importancia de la inkuña, un paño ritual, para guardar la hoja de coca; el hilado de alpaca en cuatro estacas y otras tradiciones ancestrales de hilado del pueblo aymara; la constitución de la organización de mujeres tejedoras Khantati; los cultivos de alga en el sector de Quillaipe y la sobreexplotación de los recursos marinos.

Combatiendo transgénicos y pesticidas

¿Cada semilla se debe a un territorio o puede experimentarse con ellas?

En la tarde, tras una exposición sobre las escuelas campesinas del Instituto Agroecológico Latinoamericano (IALA), varias curadoras y guardianas de semillas explican su labor ancestral, que ha permitido la preservación de la memoria genética de miles de especies que, de otro modo, se hubieran perdido. De sur a norte, de mar a cordillera, las mujeres comparten trucos y métodos sobre las mejores formas de conservar la semilla y mantenerla a salvo de insectos y hongos, como el secado al sol o a la sombra y la conservación en tarros de cristal o en papeles secos. En el territorio del pueblo mapuche, Wall Mapu, las semillas se envolvían en un paño y se secaban al calor de los rescoldos de la hoguera levantada en el medio de las rukas (casas).

Entre gestos y alusiones, se abre una discusión sobre si resulta apropiado intercambiar semillas de diferentes regiones. “La siembra bajo plástico nos permitió, en los años 80, mantener la semilla resguardada del frío, pero hoy el cambio climático nos está jugando al revés”, afirma la representante de una red agroecológica de Coyhaique, al sur del país, quien hace hincapié en el calor que concentran los invernaderos, “aunque parezca que hay mucha agua, la tierra está seca. Mucha gente tiene campos sin agua porque los metros cúbicos por segundo están registrados por otros propietarios, porque los derechos de agua son carísimos”. Esta campesina también denuncia que los cuatro principales locales en la región de Aysen, que venden semillas a las y los agricultores, solo trabajan con Monsanto y que las semillas nativas han sido perseguidas a través de campañas de desprestigio: instituciones y empresas colocaron carteles en los que se decía que las semillas originarias estaban infectadas. Esta ha sido una práctica común en todo Chile, donde los programas de gobierno han incentivado la siembra de especies foráneas más “productivas”.

Frente a la invasión del campo con transgénicos, pesticidas y fertilizantes del Instituto de Desarrollo Agropecuario de Chile (INDAP), se alzan la tierra de hoja, el humus, el control natural de plagas con plantas medicinales, como el romero y la caléndula, el compost, las lombrices, los cultivos mixtos, las majadas (formas naturales de fertilizar) y los trafkintu (truque o intercambio de semillas).

Segunda generación de neoliberalismo chileno

Tras una noche de música y conversaciones de dormitorio llega el segundo día de la Asamblea, con la participación de la Red de Acción en Plaguicidas (RAP-Chile), la Plataforma Chile sin TPP, GRAIN y el Instituto de Investigaciones Agropecuarias (INIA). Sus representantes hablan de la lógica oscurantista que prevalece en los acuerdos del Tratado Transpacífico de Libre Comercio, nueva embestida neoliberal en los países del Pacífico (paralela al Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y Europa) negociada desde hace años, y al que el Ministerio de Asuntos Exteriores chileno ha dado su primer consentimiento.

Muy poco queda por privatizar en Chile. Desde 1981, con el Código de Agua aprobado bajo la dictadura militar, las aguas son un bien privado, al igual que la salud, la educación, la tierra o las pensiones. Las clausulas contenidas en el TTP endurecen más el uso de los bienes comunes y de primera necesidad. La aprobación de este acuerdo supondría el aumento de los precios de patentes y medicamentos; restringiría el uso gratuito de los software libre y, las semillas nativas y ancestrales podrían pasar a ser objeto de rapiña por las grandes corporaciones, o a la clandestinidad. Entre las cláusulas del TTP, se encuentra la aprobación del Convenio Upov 91, conocido como “Ley Monsanto”, que, según denunciaron grupos campesinos y ecologistas “entregaba a transnacionales como Monsanto, Syngenta, Pioneer/Dupont y Bayer, productoras de semillas híbridas y transgénicas, amplias garantías en el control del patrimonio genético del campo chileno.”

Frente a ese escenario destructor, las estrategias para preservar la diversidad y el patrimonio genético son variadas. La bióloga representante del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA) propone el registro intelectual de todas las especies del campo chileno, algo que ya comenzaron a través de bancos de germoplasma en diferentes partes de la república: Vicuña, La Platina en Santiago, en Chillán, Temuco y Osorno. El INIA lleva a cabo también la recuperación de variedades locales de maíz, hortalizas y frutas.

Lucha y esperanza

Este tema de la recuperación y clasificación de las semillas es un asunto delicado para las mujeres de ANAMURI; las aymara hablan de la “naturaleza transfronteriza de los cultivos andinos” y denuncian que nombrar a las semillas como chilenas, bolivianas o peruanas es desconocer a los pueblos andinos. “El INIA, con todos los recursos del estado, se demoró más de 5 años en registrar 9.000 ejemplares de variedades de las 60.000 que identificaron, y pretenden que los campesinos de Chile registremos, con un lenguaje científico y taxonómico, las miles de variedades existentes para poder mantener el carácter público de las mismas. Esto es inconcebible”, dice Camila Montecinos, de GRAIN. También se cuestionan la disparidad en el acceso a la propiedad de la tierra, apenas un 10% está en manos de mujeres, y la exotización de algunos productos del campo, “ahora gourmet”, porque su encarecimiento se puede convertir en una herramienta de despojo.

Hierven las propuestas. Se propone fortalecer las organizaciones locales, generar espacios para el intercambio de conocimientos propios y revalorizar los métodos ancestrales de cultivo. Otras mujeres apuntan a la producción sin agroquímicos, la recuperación de minas abandonadas como espacios de cosecha, la reforestación con bosque y flora nativa, la apertura de mercados locales y la modificación radical del Código de Aguas y la Constitución. Algunas propuestas van encaminadas a dar visibilidad y denunciar las violencias, a la resistencia territorial, y a la recuperación de la identidad y la multiplicación de los huertos agroecológicos y los métodos ancestrales de cultivo.

Al grito de ¡Globalicemos la lucha, globalicemos la esperanza! las productoras, las recolectoras, las crianceras y las artesanas, expresan entre risas, puños en alto, manos entrelazadas y mirada firme, las fortalezas del pasado y las apuestas de futuro. Pollos y gallinas, telares, ovejas, burros, llamos, plantas, bosques y chacras las esperan, de regreso a sus hogares, de donde salieron con tanto esfuerzo, con tanta vida.

Escucha aquí, los podcast de las mujeres chilenas.

@LolaMoraProd